El hogar eterno by William Gay

El hogar eterno by William Gay

autor:William Gay [Gay, William]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Drama, Intriga
editor: ePubLibre
publicado: 1999-11-15T00:00:00+00:00


* * *

Últimamente, la madre de Winer había empezado a lavarse más y a arreglarse el pelo. Siempre parecía disponer de un vestido limpio y había algo en ella que le resultaba extraño. Winer se dio cuenta por primera vez de lo mucho que se había ido abandonando a lo largo de los años. No era guapa, pero de haber sido menos severa y menos pragmática podría haberse considerado una mujer del montón.

Winer se fijó en las huellas de los neumáticos antes de que apareciesen las cazuelas.

—¿Ha venido alguien a verte?

—No. Un vendedor ambulante.

—¿Un vendedor ambulante? ¿Y qué vendía?

—Cazuelas y sartenes —dijo ella malhumorada, como si no pudiese existir otra clase de vendedor, como si él la estuviese interrogando.

A la semana, llegaron las cazuelas. Reparó en ellas al volver de casa de Hardin, una batería de lo más surtida, color cobre, resplandeciente, sartenes, ollas, espátulas, cazos dobles para cocinar al baño maría y, al parecer, una cacerola para cada propósito que pudiese concebir la mente humana.

—Por amor de Dios.

—¿Qué?

—¿De dónde has sacado todo esto?

—Lo compré.

—¿Lo compraste? ¿Y se puede saber por qué?

—Porque lo quería, por eso. Siempre he querido tener una batería de cocina como esta.

Él se había quedado un poco impresionado ante aquel despliegue de cacharros.

—Bueno… —hizo una pausa—. ¿Y cuánto ha costado?

—El precio no es cosa tuya. No va a salir ni un centavo de tu bolsillo.

Él se dirigió al río con la navaja de afeitar, el espejo y la pastilla de jabón. Por detrás del granero el río se bifurcaba y formaba una poza lo bastante profunda para nadar. Se lavó, se rasuró y volvió a emerger del bosque en dirección a la escalera del porche donde ella le esperaba. Por lo visto la conversación aún no había terminado.

Le posó una mano en el brazo.

—Tengo un amigo —dijo ella—. Es el que vende las ollas y las sartenes.

Él pensó: un amigo, sin entender a qué se refería en un primer momento. Luego detectó en su rostro cetrino una mezcla de vergüenza y de orgullo, los ojos impregnados de humildad y al mismo tiempo de testarudez, y pensó: se refiere a un hombre. No supo qué decir, aunque el rostro de su madre aguardaba una reacción por su parte, parecía estar abochornada por lo que quiera que estuviese haciendo, aunque no tenía la menor intención de ponerle fin.

—Creo que te gustará, Nathan. Quiere conocerte.

—Bueno, claro. —Se puso a mirar a su alrededor—. ¿Dónde está?

—Se supone que llegará el viernes que viene —dijo ella. No dijo: «Estará aquí el viernes», Winer se hizo cargo del matiz, ni certeza ni confianza, su madre no estaba segura de haberlo pescado, o eso o seguía sin creérselo.



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